El musicólogo gallego Abraham Cupeiro construye y hace sonar sobre los escenarios instrumentos de hace más de 2.000 años como el 'karnix', la gran trompeta céltica.
El karnix, una imponente trompeta zoomórfica de casi dos metros, instrumento de guerra y rituales de los celtas durante la Edad de Hierro, que construyó guiándose por la imagen de una moneda romana y que ahora brama sobre los escenarios para sorpresa y estremecimiento de los humanos del siglo XXI.
“Son sonidos que resuenan en nuestro interior, que nos relajan”, explica Cupeiro, quien gracias a su “vocación casi mística” por la recuperación de sonidos del pasado atesora una colección de 200 instrumentos de todo el mundo y todas las épocas, a buena parte de los cuales ha dado forma él mismo en su taller. Con una selección de estas reliquias ancestrales, el músico lucense ha grabado para Warner Classics un disco con la Real Filharmonía de Galicia, Os sons esquecidos (Los sonidos olvidados), que se presentó el 6 de octubre en Lugo con motivo de las Festas de San Froilán. En él resuenan, además del karnix celta, el cornuque se tocaba en el Senado romano en las grandes ocasiones, un instrumento a medio camino entre la trompa y el trombón, en el que las notas se modulan sin más ayuda que el aire y los labios y que él ha reproducido basándose en un ejemplar encontrado en Pompeya.
Entre los académicos violines, chelos y contrabajos también se abre camino la humilde pero profunda corna, un cuerno de macho cabrío que, con una simple embocadura y varios orificios, soplaron durante siglos los pastores en Galicia. El asta al que insufla aire Cupeiro lo halló en un monte hace treinta años un vecino de Sarria (Lugo), Carlos Tallón, y es de antigüedad desconocida: “Se tocó probablemente desde la Edad de Piedra hasta los años cuarenta, pero en el Museo de Pontevedra solo hay seis piezas.
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Acompañado por la Real Filharmonía de Galicia, Cupeiro toca también el cornetto, antecesor de madera del oboe y la trompeta barroca que se escuchaba con veneración en las catedrales entre el siglo XV y el XVIII, e instrumentos tradicionales rumanos recogidos por él en las mismas aldeas que recorrió Béla Bartók hace un siglo para componer sus Danzas rumanas. A falta de grabaciones o manuales de la época que le den pistas sobre cómo sonaban en el pasado, este profesor de trompeta en el Conservatorio Profesional de A Coruña utiliza “técnicas de resonancia interna”. “La gente de antes era muy lista, lo único que no tenían era tecnología”, apunta sobre la pericia con la que están construidos algunos de estos arcaicos instrumentos.
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Criado en una tierra donde la música clásica y popular “están muy pegadas”, Cupeiro formó parte de una banda que “igual interpretaba una muiñeira que una zarzuela o una pieza de Mozart”. Con 18 años ingresó en el Conservatorio de Música de Madrid y su interés se centró en la corriente historicista, que utiliza los instrumentos de la época para dar vida a las composiciones. Su trabajo de fin de carrera consistió en la construcción de una trompeta con técnicas del siglo XVIII y fue entonces cuando se subió a la máquina del tiempo en la que viaja ahora.
Como heredero de músicos milenarios que no conocieron los pentagramas, que se lanzaban a hacer sonar sus instrumentos sin el estrés de un guion al que ceñirse, Cupeiro reivindica la improvisación como un valor perdido en la música clásica actual, más preocupada por alcanzar la perfección. “Beethoven era conocido en su época porque era un gran improvisador, no por su faceta de compositor. La partitura es un 10% de la información, ¿por qué no te vas a salir de ella?”.
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